La mejor hallaca no es la de tu Mamá

 

Ni siquiera la de la mía, no te ofendas. Vayamos un poco atrás. 

La hallaca es un alimento indígena, simple, con propósitos puramente alimenticios y de preservación. Preservación por los alimentos que, en la imposibilidad de conversar, se mezclaban entre ellos con técnicas rupestres dando como resultado un bocadillo que suplía a la persona de las calorías necesarias para su día.

Hojas de plátano, maíz, carnes y vegetales. Todo lo que estaba a mano. La tierra como proveedor. Pero esto no es una clase de historia gastronómica, el punto es ¿cuánto estamos dispuestos a aceptar, más allá de nuestro ego, que existen otras cosas, sabores y resultados, distintos a los propios? Mejores o peores, pero el caso es que existen tantas recetas de hallacas como hogares en los que se elaboran.

Como cualquier receta muta, varía, cambia, se transforma y se adapta. La hallaca de mi Mamá es la mejor (para mi) igual es en tu casa, y así a cada persona que se le pregunte. Las recetas regionales son tan delicadas de elaborar como un experimento nuclear, porque el más mínimo cambio desata una hecatombe social. He presenciado batallas por la falta de dulce, un dejo de picante, la intensidad del onoto (achiote), hasta el amarrado es motivo de discordia. En silencio pienso, ¿Realmente es necesario tanta alaraca por algo que no interfiere en el sabor?

Carabinas, la andina, la oriental con pescado, la caraqueña y la llanera. Todas con los productos locales, lo fresco de la tierra y el agua. Cocidas en leña, en gas, hasta en el airfryer, porque cambian los tiempos y a su vez las costumbres y maneras.

Todo el mérito es de los cocineros. Hacer la multisápida hallaca (como le gustaba decir a Rómulo Betancourt) es difícil y tedioso, es un acto de puro amor (el de una hallaca bien hecha por supuesto). Yo no hago hallacas ni bollos. Me resulta larguísimo y agotador. Aun así, honro a quienes lo hacen y mantienen con ello las memorias vivas, pasando a generaciones el dato de lo que un día fuimos, caminantes semidesnudos de tierras vírgenes. 

Como nota al cierre, mi mamá no hace hallacas. En mi familia las hacía una tía y ahora una prima. Hagan como ella y anoten la receta, saquen varias copias y déjenlas en sitios al azar. Algún día mudando un mueble, moviendo un cuadro, aparecerá ese testamento al que no le entra resumen y algún valiente seguirá los pasos hasta descubrir un alimento que es salado, grasoso, dulce, alicorado, picante, vegetariano, carnívoro, intenso pero suave, caliente eso sí, rectangular y amarillo, todo a la vez. Será una hallaca y dirá: ¡Esta es la mejor hallaca de todas y la hago yo!

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